Corro.
No sé por qué ni a
dónde voy, pero corro.
Tuerzo una esquina.
Ahora una calle.
Otra.
Otra.
Otra…
Un perro ladra pero
no sé de dónde.
Escucho el rugido de
una moto.
Murmullos de gente…
Unos pasos tras otros
que no cesan.
No miro al suelo,
sino hacia delante.
Ni atrás ni a los
lados.
Delante.
Veo mil rostros que
pasan fugaces.
Me llama la atención
el número 23 de una puerta.
Y el ojo derecho se
entretiene mirando el reloj
Por costumbre y no
por prisa.
Sigo corriendo.
No me fijo en el
nombre de las calles.
Ni en los colores de
las paredes que me rodean.
Solo distingo el
asfalto de la carretera.
Nada más.
Mi camino hacia “delante”
llega a su fin.
Un escaparate se
alza delante de mí.
No quiero coger otro
camino.
Sigo hasta el máximo.
Un máximo en el que
mis labios rozan el cristal.
El cristal de la
tienda es bonito.
Tipo espejo.
De los que atrapan a
los idiotas que se arreglan el pelo.
Me miro.
No conozco a quien
tengo delante.
Y el vaho que se escapa de mi boca
Se pierde sobre el
vidrio.
Sobre el espejo.
Un espejo, que me
muestra una imagen.
No la conozco.
Ahora,
ya no.
MJ.J.CH